Cuando cuando era pequeño y mi madre me contaba algún cuento. Escuchaba atento y pendiente la historia. Es más, quería saber que iba a pasar antes de que llegara la narración a cierto punto y si el final no me gustaba, intentaba darle una alternativa más acorde con mis gustos.
Recuerdo como me gustaba ponerme en la piel del personaje, pensar como pensaba él, actuar como él lo haría para poder seguir más fielmente las aventuras que vivía.
Esta reflexión viene al hilo de lo que se ha dado a llamar “storytelling” o el arte de contar historias/cuentos como herramienta de marketing.
Como usuarios estamos muy “quemados” de recibir indicaciones y características de cómo es un cierto producto o servicio: grande, rápido, ligero, barato, exclusivo. Estas definiciones no dejan de ser puramente subjetivas y no tienen porqué coincidir en absoluto con la apreciación que del producto tiene un posible cliente en particular.
A mí, personalmente, hay varias marcas que no han conseguido venderme nunca: unas capsulas de café especialmente caras y rodeadas de un halo de exclusividad, que luego no lo son? gadgets electrónicos con una fruta como logo al que todavía no he encontrado una excusa para darle un bocado y una marca de cafeterías del tipo “buen rollo y ponte cómodo en el sillón” que no cambio por el bar de la esquina, donde me ponen el café en cuanto entro por la puerta y sin pedirlo.
Ninguna de estas marcas ha sabido contarme la historia que quiero escuchar. Una historia en la que como “mi yo de 7 años”, pueda quedar inmerso en ella y formar parte de la misma. No me interesa formar parte de sus historias, pues son muy ajenas a mi y no representan lo que soy.
Sin embargo, sí que me interesa la historia de Jorge, el camarero de ese bar de la esquina, que abre todos los días a las 7 de la mañana y lo primero que hace es poner en marcha la cafetera. Luego, saluda a los parroquianos más madrugadores y sin preguntar, va sirviendo cafés y cortados que servirán para iniciar la jornada a los clientes.
Prefiero la historia del que me pregunta: “ayer no viniste a tomar café”, del que se interesa por saber cómo me va, del que pregunta por mi hijo porque ayer lo vió en la sala de espera del pediatra.
Esas son las historias que a mi me interesan, porque son cercanas y porque son sinceras, porque cuentan algo que significa mucho para mí y que hacen que me sienta bien, en definitiva porque son como yo.
Con las empresas pasa algo similar: sino sabemos contar nuestra historia y que nuestros clientes se vean reflejados en ella, difícilmente nos verán como una opción. Por ello es importante que aprendamos a contar historias que lleguen al corazón de nuestros clientes cuanto antes.
Eso sí, ojo con contar “cuentos”.
Texto: José Manuel Sanz
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